[vc_row row_type=»row» text_align=»left» css_animation=»»][vc_column width=»1/4″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_custom_heading text=»Ricardo III, el poder de la juglería» font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%23be3228″ google_fonts=»font_family:Roboto%20Condensed%3A300%2C300italic%2Cregular%2Citalic%2C700%2C700italic|font_style:400%20regular%3A400%3Anormal»][/vc_column][vc_column width=»1/4″][/vc_column][/vc_row][vc_row row_type=»row» text_align=»left» css_animation=»»][vc_column width=»1/4″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_custom_heading text=»Por Wilson Escobar Ramírez » font_container=»tag:h2|text_align:left|color:%23be3228″ google_fonts=»font_family:Roboto%20Condensed%3A300%2C300italic%2Cregular%2Citalic%2C700%2C700italic|font_style:400%20italic%3A400%3Aitalic»][/vc_column][vc_column width=»1/4″][/vc_column][/vc_row][vc_row row_type=»row» text_align=»left» css_animation=»»][vc_column][vc_empty_space][/vc_column][/vc_row][vc_row row_type=»row» text_align=»left» css_animation=»»][vc_column width=»1/4″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]
A la dramaturgia regional se le reclama con frecuencia una renovación, sino bien en sus formas, sí al menos una manera distinta de enfrentarse a los temas clásicos que la constriñen, pasados muchas veces por sus referentes bucólicos y localistas, o por las necesarias visitas y revisitaciones a los clásicos universales.
Cuántas veces Shakespeare, cuánta palabrería subida a la escena sin que apenas los textos isabelinos se logren alzar en las tablas para decir un gesto teatral, que ofrezca un nuevo sentido o actualice la historia a los tiempos que corren.
Shakespeare se ha vuelto, en tal sentido, la tarea obligada de los grupos que inician su andadura y la asignatura pendiente para los que habiendo caminado, han de hacer un alto en el camino para pedir consejos a un Shakespeare que cada vez se hace más necesario en la polisémica escena de este siglo que desandamos.
Teatro El Paso de Pereira hace el ejercicio de enfrentarse a esa tarea, pero no por obligación ni porque tuviera pendiente la asignatura. De hecho el grupo ha transitado por una etapa shakesperiana que bien pudiera arrojar frutos con su propia mirada a Ricardo III, que se viene posicionando bien en la escena nacional.
Conocí este Ricardo en uno de esos fríos galpones de Corferias de Bogotá, donde hacía fila de Show Cases en la amplia, diversa y grandilocuente programación del Festival Iberoamericano. Pese al frío galpón, a la penosa hora (12:30 del medio día), el montaje dijo su propia verdad sobre ese Shakespeare que es moda siempre, que es referente en los festivales clásicos tanto como en los contemporáneos, que divierte con inteligencia tanto como cansa con estupor cuando no se logra el punto de la receta; que trasciende cuando los creadores logran increpar lo sincrético que tienen sus textos, y que se torna banal y empalagoso cuando se transpone sin rigor los materiales de que está hecho.
Y gustó este Ricardo III, al punto de corroborar que lo bueno de los festivales radica no sólo en su programación sino en aquellas obras que están allí haciendo fila inmerecidamente y que se dejan ver sin prevención y sin el rigor del ojo festivalero. El montaje finalmente fue invitado para hacer parte de la programación oficial del 34 Festival Internacional de Teatro de Manizales, donde pudo mostrar toda su piel en el siempre agradecido escenario de El Galpón de Bellas Artes.
¿De qué está hecha la piel de este Ricardo III? Yo diría que de una exquisita proporción de elementos propios de la juglería clásica y de esas formas tan propias de las poéticas de hoy, mezcla de irreverencia, desdramatización, intertextualidad, y un desnudamiento del espacio que deja ver en toda su expresión el ensanchamiento del actor y, a veces, su apocamiento en las tablas.
En este Ricardo III se ve el atrevimiento honesto de un grupo de actores que tanto han transitado la calle como los escenarios en busca de sus personajes. Y se les nota esa búsqueda, ese juego actoral en los distintos ritmos que propone el montaje, tanto desde la actuación, como de la manipulación de muñecos y la ejecución musical. No sólo dominan las técnicas, sino los recursos mismos de la ficción que se adhieren a ellas. La obra divierte por la diversidad de recursos narrativos, intercala la poética del actor con la de la marioneta o de la música en vivo y el espectador se acopla sin hacer mucho esfuerzo a esas variables poéticas.
Teatro El Paso hace una indagación dramatúrgica a la pieza original y asume una línea más intimista de Ricardo, lo expone con todos sus pliegues existenciales, urdidor de tramas y vejámenes; allí no dice nada nuevo César Castaño, director y dramaturgo, pero en esa sobreexposición a la que se somete a diario la obra de Shakespeare esta no será una condición sine qua non para revisitar con dignidad escénica al clásico.
La riqueza de esta propuesta está cimentada en los recursos que proporciona el lenguaje del juglar, mezcla de farsa, drama, comedia, y es allí donde César Castaño, dice, contextualiza y trae a colación este Ricardo, tan cercano a una realidad como la nuestra, la de un país condenado a resolver sus conflictos a través de la violencia. Teatro El Paso expone con limpieza descarnada y patética esta metáfora que se esconde a lo hondo de Ricardo III.
* Crítico de teatro. Docente Universidad de Manizales. Director del periódico Textos, Festival Internacional de Teatro de Manizales.
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